¿NO SOMOS DEMÓCRATAS?

Adolfo Suárez se enfrentó al peor momento de su mandato cuando decidió legalizar el Partido Comunista, porque el concepto de democracia no estaba todavía asimilado por la vieja guardia, y eso de tolerar un partido que despertaba odios era una píldora de difícil trago. No obstante el tiempo y la costumbre de ver una parte de la sociedad representada en el Congreso en la persona de Santiago Carrillo terminó por conseguir que aquéllo se viera normal gustase o no, pero claro, entonces en el partido comunista había gente como Sartorius, Gregorio Peces Barba y Ramón Tamames, que además era catedrático de economía en la Universidad de Sevilla.

Lo de la calidad de los políticos es un inciso importante, porque desde luego no ha vuelto a repetirse ni en el Partido Comunista ni en ningún otro. En la época de la Transición la gente era, por lo general, más educada; era menos culta, pero desde luego mucho más respetuosa -seamos sinceros-, y el gran logro de la Transición fue precisamente ése: que la educación personal propiciara la esencia misma de la democracia, o sea, la tolerancia y el respeto hacia quien tuviera otro pensamiento distinto al propio.

Habría sido lógico esperar que a medida que la democracia se asentara y transcurriese el tiempo la tolerancia y el respeto mutuo se diera de forma natural y espontánea, pero qué va... Cuarenta años más tarde se ha llegado a desvirtuar el concepto de tal manera que ya sólo entendemos la democracia como un medio que nos permite imponer el pensamiento propio, y hacer lo posible por destruir el ajeno. La extrema izquierda la representa un conjunto de desarrapados que tendrán carrera, pero no tienen educación ninguna y andan encendiendo las rencillas de casi un siglo de Historia para sacar partido personal -que no político-. El respeto de antaño brilla tanto por su ausencia que se persigue y acosa al diferente, al opuesto, al fascista según ellos, con palos y piedras para impedir que progrese el primer principio democrático: el de la mayoría. Si más de la mitad de España es de derechas, que se joda. Hay que aplastar al demonio opresor, como si existiera; y como no existe, hay que crearlo. Hay que hacer pintadas en las casas de los votantes de VOX, y apedrearlos cuando estén reunidos en la calle para crear la impresión en la gente que no tiene idea de Historia, o la tiene desvirtuada, de que el demonio opresor existe, y es como un dragón contra el que hay que luchar si o sí, lo entiendas o no lo entiendas o te guste o no te guste.

Tenemos un presidente de artificio, legal -que todo hay que decirlo-, pero legal por trampa, que se está cargando además su propio partido porque genera rechazo. Conste que no es una crítica al PSOE, como buena demócrata considero indispensable que exista una representación de la izquierda española, pero como ciudadana me gustaría que esa representación la ostentara una persona que invistiera de dignidad su partido.

La opción del centro, que debería ser lo ideal por aquello de que el equilibrio se encuentra entre los exrremos, es centro ahora y mañana no lo es, con lo que suena escandalosamente a artimaña de posición para captar votos y no a partido serio. Recuerda una a UCD, y al maravilloso Adolfo Suárez, y Ciudadanos parece un insulto a la memoria de su mérito político y personal. Y no obstante cuenta con gente valiosa como Rivera (que en su región es Albert, pero en la mía es Alberto) e Inés Arrimadas.

La extrema izquierda es tan surrealista que añora una a Julio Anguita, Gerardo Iglesias, y hasta a los tránsfugas como Rosa Bendala y Cristina Almeida. Eran otros modos, otras formas... Pero por encima de todo era otro sentido común. Como buena demócrata tengo que admitir la valía de aquellos nombres, y una vez más como ciudadana tengo que lamentar lo impresentable de los nombres nuevos; porque no estaré de acuerdo con la ideología comunista pero la entiendo como respetable, y me molesta que cuarenta años después de que Suárez legalizara el Partido Comunista se haya convertido en lo que ahora es.

Está lucha encarnizada por el descrédito del contrario no hace más que evidenciar que en realidad no somos demócratas; no hemos aprendido a convivir con las ideas ajenas, ni mucho menos a aceptar que debe gobernar quien decida la mayoría. Si la mayoría es de derechas hay que destruirla, acosar a sus votantes y urdir artimañas como la de rebajar a los 16 años la edad del voto y limitar la misma a los 45 para que sólo pueda votar el sector que les es más partidario. Ya tenían el precedente anterior a la Guerra Civil de negar el voto a la mujer por la seguridad de que el voto femenino no sería mayoritariamente socialista.

Cada vez que veo a alguien señalado como votante de derechas, y ese señalamiento tiene tintes negativos, me pregunto cómo hemos podido permitir que se malogre de este modo el mayor logro de la Historia reciente de España, y me pregunto si seguimos sin entender en qué consiste la democracia, o si directamente no somos demócratas.

 

 

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