LA DICTADURA DE LA FELICIDAD

Mensajes como éste nos hacen sentir culpables por no vivir en el limbo

Ser felices a la fuerza. Parece un sinsentido: ¿Quién puede ver algo malo en ser feliz? ¿Acaso no es lo que buscamos todos? Yo definiría la felicidad como un estado de semiestupidez, porque desengañémonos: el ser humano está preparado para combatir, para superar los problemas diarios y las dificultades. Una vida anodina, con ausencia de problemas y en permanente nirvana no solo es imposible, también es contraria al instinto de supervivencia.

Constantemente nos bombardean con el culto al pensamiento positivo. Desde Wayne Dyer y sus Zonas erróneas cobró auge el fenómeno de los libros de autoayuda, y en los años siguientes El alquimista de Paulo Coelho y las aportaciones de Jodorowski , Jorge Bucay y otros muchos promotores de la felicidad encuadernada pusieron su granito de arena en la tarea de convencernos de que somos seres perfectos y sin limitaciones, solo que no lo sabemos. Primero nos invitan a descubrirnos como seres perfectos, y luego quieren que veamos nuestros problemas como consecuencia de algo que no estamos haciendo bien.

Miren: normalmente los problemas son consecuencia de errores cometidos, pero no siempre. Hay muchos factores que nos acarrearían problemas aunque nuestro comportamiento en todo fuera de libro. No podemos impedir, por ejemplo, una catástrofe natural; ni sufrir las consecuencias de un incendio o una crisis económica que se desencadene en nuestro país; ni sufrir por la enfermedad o la muerte de un ser querido... Sufrir por esas cosas no es síntoma de imperfección, ni reconocimiento de no haber asimilado la dictadura de la felicidad. Cuando uno es infeliz en cualquiera de esas circunstancias lo es porque es natural que así sea. Y si siendo infeliz lo manifiesta llorando a lágrima viva no está haciendo más que expresar unas emociones que de ninguna manera deben ser contenidas, y menos tenidas por negativas.

Para entender ésto hay que tocar por un momento la filosofía (la buena, no la barata), porque los sentimientos por sí mismos no son buenos ni malos. Son simplemente eso: sentimientos. Y los sentimientos tienen que ser expresados si no queremos someter la psique a un bloqueo fulminante. Sentirse infeliz no es malo; expresarlo tampoco; y negarse a participar en la comedia del “qué felices somos” puede ser lo más sensato que decidamos hacer por el bien de nuestro equilibrio personal. Al fin y al cabo las consultas de los psiquiatras se nutren de gente enferma por haber reprimido emociones y sentimientos.

Hacernos creer que nos sentimos infelices porque no hacemos nada para remediarlo añade a la infelicidad el sentimiento de culpa. Una persona que esté deprimida no puede evitar estar triste; en muchas ocasiones he escuchado, con la intención de animar al deprimido, una frase temible: “pon de tu parte”. La frase es tan absurda dirigida a un enfermo de depresión como si se le dijera a alguien que sufre diabetes: “pon de tu parte”; y el diabético, que no puede evitar el desequilibrio en sus niveles de azúcar, se sentirá culpable porque no pone de su parte para evitarlo... El triste tampoco puede, y la mejor ayuda que podemos darle es no añadir la culpa a su situación.

Goethe escribió Werther para desahogar la frustración de un desengaño amoroso; Cervantes escribió El Quijote mientras se encontraba preso en una cárcel de Sevilla; la infelicidad permanente inspiraba en Van Gogh el genio creativo... La mejor manera de sobreponerse a la infelicidad es canalizarla hacia algo útil, pero de ninguna manera negarla o disfrazarla.

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